El domingo pasado, a los 93 años, falleció el Dr. Alberto Travería. Eligió ser médico pero en cualquier profesión hubiera sido lo que fue durante toda su vida: Un hombre de bien.
En el tren de la vida, decidió bajarse en la 93 estación. En cada una dejó algo. Algo de su profesión como médico, como docente, como esposo, como padre de familia, como amigo…
Quizá, uno de sus principales dones haya sido la humildad. La humildad que solo pueden expresar ‘los grandes’.
Hijo de una tradicional familia suarense, de muy chico se educó en el Colegio Marín (Lasallano) donde revistió la calidad de ‘pupilo’. Esa experiencia lo marcó para toda la vida. No solo eso, también cosechó los amigos que conservó desde entonces. Amigos que fueron más que eso: fueron sus hermanos de la vida. Seguramente, en el cielo, lo estaría esperando una de esos hermanos de la vida que cosechó en su etapa del Marín: Eduardo Backchellian. Solo quienes han tenido la oportunidad de experimentar una experiencia similar pueden entender esos lazos indisolubles que se forjan en la infancia.
El Dr. Alberto Travería fue un médico ejemplar, pero por sobre todo fue una admirable persona, que supo conformar una familia ejemplar. Pero también fue un consejero, un docente, un amigo.
A su familia, a la que me une una gran amistad y un gran respeto quiero acompañarla en este momento de la despedida. Una despedida que siempre es dolorosa, pero a ese dolor bien vale -por haber contado con la bendición de compartirlo durante tantos años- dar gracias a Dios por haber sido el fruto de un marido y un padre ejemplar.
Un gran abrazo y que el Señor le de la fuerza necesaria para superar este momento,
Eduardo Minich